jueves, 19 de julio de 2007

Marcángeli, como Maestro de vida

Ricardo Aristodemo Marcángeli fue mi maestro de escuela (profesor en dos asignaturas: Historia y Literatura), pero fundamentalmente fue quien me cambió la vida, quien me abrió la cabeza, quien me introdujo en el camino del arte y la cultura, un ser excepcional, de fuerte carácter, de personalidad avasallante, y un hombre culto como pocos.
En los Juegos Florales que él promovía en nuestro colegio, participé por primera vez en un concurso de pintura al aire libre, en la Banquina de Pescadores de Mar del Plata.
Como no tenía los utensilios necesarios para mezclar los colores, lo hice directamente sobre el piso de cemento. Cuando ya estaba avanzada mi "ópera prima", escucho detrás mío la voz de Marcángeli que me dice: "-Yo te vaticinio... No, mejor no te digo nada.", dejándome solo, con el cuadro a medio terminar y con la intriga recién iniciada.
Mi témpera resultó ganadora del primer premio, y más allá de la alegría que me provocó, significó el inicio de una amistad que superó el marco de las aulas.
El vaticinio era según Ricardo, que reunía las condiciones para comenzar a transitar el camino del arte, cosa que hice, guiado por por sus sabios consejos.
Cuantas veces pude -ya viviendo en Buenos Aires- viajaba a Mar del Plata a ver a mi familia, y a aprovechar las salidas de Marcángeli a Sierra de los Padres o a Santa Clara del Mar, a bocetar, a dibujar, a escuchar sus indicaciones, a disfrutar de sus conocimientos y anécdotas.
Reconozco que si no hubiera sido por él, hubiera abandonado la carrera de Medicina, en un momento de zozobra anímica que tuve. Es que más que maestro, su paternal actitud y sus consejos, contribuyeron firmemente a forjar mi personalidad y a definir mis gustos por la educación y la cultura.
En ese sentido, he sido un hombre afortunado. Tuve excelentes maestros-amigos-padres espirituales, pero entre todos, se destacaron con absolutamente, Ricardo Marcángeli y Jaime Barylko.
Con Ricardo aprendí los secretos del dibujo y de la pintura, tuve la satisfacción de viajar a Europa, y garantizo que ir al Louvre y al Prado con él como guía, fue un regocijo para el espíritu. Juntos incursionamos en la técnica del grabado, y lamentablemente para el Betto-artista, el Betto-educador fue absorbiendo mi tiempo, postergando indefinidamente mi camino en el arte. Otro tanto me pasó con la escultura, oficio que amo profundamente. Pablo de Robertis me enseñó con generosidad la técnica del cemento directo, Ponciano Cárdenas la del trabajo en arcilla y el Betto-escultor tuvo un período de actividad que también fue frenado por el Betto-educador.
También me introdujo en el mundo de las letras, despertando mi pasión por la Literatura, a partir de Borges, de Bradbury, y de tantos otros escritores. En esos mismo juegos florales que él creó para el coelgio Don Bosco de Mar del Plata, participé y gané el Concurso de ensayo Histórico, y saqué el Segundo premio de Poesía.
La vida es el tránsito por caminos que se bifurcan continuamente y exigen constantes decisiones que nos hacer definir un rumbo. Por eso siempre me quedará la intriga de cómo hubiera sido mi vida si me hubiera dedicado de lleno al arte y la literatura, y hubiera disfrutado mucho más de la presencia y la amistad del gran Ricardo Marcángeli...


Marcángeli junto a una de sus obras

Con Fátima, en el tren de Basel a Milan


Tomando apuntes en un bar de París


Ana y Ricardo en la tradicional ceremonia
de arrojar la moneda en la romántica Fontana de Trevi.

Nótese que se ve la moneda en el brazo derecho del Dios Neptuno!

No hay comentarios: